Si quieres contribuir con la millennial pobre (y por supuesto, si te gusta un poquito lo que escribo), pásate por este enlace.
Almas que succiona el desagüe- Premio Café Madrid (con Escuela literaria Fuentetaja)
Tu visita cuenta, y si tienes tiempo y ganas (y un poquito más aún de amor y paciencia), regístrate y vota. Los 20 primeros capítulos más votados del certamen pasarán a la 2ª fase y podrán optar a ganar una beca para escribir una novela y publicarla prontito. Mi puto sueño, vaya.
Te dejo aquí el principio por si te engancha y cae la breva. ¡Mil gracias!
_______
I
Supongo que todo ha empezado en el momento en que Verónica ha llegado a casa, cuando se ha lanzado a hablar sin preocuparse de la niña siria bajo los escombros que salía en pantalla y mi emoción desbordada. Se ha puesto a contarme algo de no se quién, un chico muy guapo de veintidós con el que ha estado hablando en el Café Madrid durante no sé cuánto tiempo. Pienso «no, por favor, otra vez no, justo cuando ya había confiado en la soledad, otra vez una mierda de las tuyas». En cambio me callo y escucho, supongo que con cara de pocos amigos.
Le he preguntado «¿no crees que deberías apagar el radar mientras estés comprometida?» y ella ha cacareado un montón de estupideces sobre la emancipación sexual que le suelta Cari, su coach motivacional, para aliviarle la conciencia a ochenta pavos la hora; y yo me planteo que su coach y mi jefa en la librería tienen el mismo nombre y quizá todas las Caris sean insulsas y un poco retrasadas en general, aunque buenas personas.
Pues justo después de soltarme esas chorradas me ha preguntado qué me pasaba. No podía creerlo, pero así ha sido. Tonta de mí, he confiado en un feedback que por primera vez llegaría, en todo este tiempo. Le he hablado de la bola de fuego de mi garganta y de la sensación de irrealidad, de alejarme de todos. Ella ha contestado, como buena imbécil, «sí, a mí me lo vas a contar, yo en el salón de estética tengo que alejarme a ratos de todo el mundo» y le he dicho «no, hostia, es distinto, joder», y si no he tenido agallas para meter las palabrotas se me han quedado pegadas a la punta de la lengua y quizá me las haya tragado y se hayan sumado a la fuerza destructiva de la bola de fuego.
(…)