Antes,
cuando salía a fumar al balcón
donde una vez vi esclafada mi figura, inerte, en el suelo
-dark times-
y era de día
-clareaba-
a eso de las diez a eme,
siempre había una señora enfrente
en idéntica posición
-solo que enfrente-
en idéntica bata
-cuatro tallas más grande-
en idéntico moño
-descolorido y raído-
que fumaba.
Juntas exhalábamos el desasosiego y la desgana.
Yo la miraba, ella me miraba.
Yo la temía y ella me envidiaba
en bocanadas de dióxido más negro que el mío.
Solo nos separaban unos metros de vacío
-el precipicio del barrio-
y el factor tiempo.
Pues esta mañana,
después de meses de frenesí y alegría,
me he acercado a la ventana
y ella no estaba.
He sonreído como quien se asoma
a un espejo ennegrecido
y ya no encuentra su reflejo.