Tengo tu nombre tachado en mis contactos del teléfono. He escrito, en lugar de Cris-icono de serpiente, NO, CAPULLO. Las serpientes siempre fueron tus animales preferidos. Eso dijiste, con la pajita entre los dientes, juguetona, ni siquiera tenías sed. Debía haberte descifrado más rápido con esa información. ¿Ves? Soy un capullo. Las serpientes, por su parte, son el eje del mal. Las que ofrecen la manzana y se quitan de en medio cuando acaece lo peor. Las que ponen los ojillos en espirales para inducirte a cometer las barbaridades más atroces.
Así me has llevado, Cris-icono de serpiente. A tu merced. Además de tachar tu nombre del móvil, he metido tu cepillo de dientes, tu cepillo del pelo y tu cepillo de la ropa en una bolsa de basura -había espacio aún para las braguitas de encaje, los apuntes de Arte Barroco con la letra apretada, enjuta, indescifrable, y las entradas viejas de cine, pero eso no me he atrevido a tirarlo-. Tienes muchas cosas que cepillar en la vida. Es lo que he pensado cuando he arrojado parte de ti al contenedor.
Pero necesitaba más. De ti. Ahora me dedico a mirar compulsivamente el teléfono para ver a qué horas estás en línea, y por qué cuando estábamos juntos no lo estabas. Si sales del museo a las ocho, qué haces conectada a las cinco. Con quién hablas, para que esas dos palabras me martilleen el cráneo: en línea. Tú, en línea. Yo, colgando de tu silencio. Ni un escribiendo puntos suspensivos, ni uno, maldita seas, Cris icono-de serpiente, maldito yo, NO, CAPULLO.
Te dejaba notas en el buzón de camino al trabajo. Un buenos días, solo eso. Me apetecía hacer que tus días fueran mejores. Creía que lo conseguía.
Hoy, con el mono en línea, he empezado a tirar para arriba. Ya sabes, con el pulgar. Arriba, arriba, arriba. Meses, años. Una relación entera en una pantalla. Y créeme, se guarda todo. Estabas tú cantando en el karaoke esa de Melendi tan horrible. Te sabías la letra, no podía creerlo, y contrariamente a lo que yo mismo esperaba, te quise más por ello. A Melendi le encantaba la marihuana y a nosotros también, de vez en cuando, tras una sesión de sexo extenuante, un canutito, tú, yo, el techo. En más de una ocasión nos pilló desprevenidos la luz de la mañana colándose entre las rendijas de la persiana. Poco después trajiste todos tus cepillos a mi casa. Y ahí los dejaste, marcando territorio, como si aquello no quisiera decir nada en sí mismo. Pero era una declaración de intenciones, y lo sabes. Pretendías desactivar mis radares, que nadie más pudiera entrar en mi hogar sin saber que era tuyo. Era una bandera con tu serpiente en mis dominios. Así me etiquetaste la frente. Hasta ahí, conforme. Lo malo es que también me etiquetaste por dentro.
Siempre con tus risitas en sitios inapropiados, en el museo donde exponían los artistas y tú esperabas colgar tus propios cuadros algún día, en el tanatorio, cuando murió mi tía abuela segunda y tuvimos que fingir tristeza. Hacías de todo una fiesta, con ese pecado a cuestas que arrastrabas, con tus vestidos cortos de flores y las calcetas. Una adolescente eterna, la Cris. No querías crecer ni un palmo. Te congelaste en el metro y medio, jodida enana, te lo decía y te hacía gracia. Jodida enana, en las notas del buzón, mis bromas eran ácidas y crueles y cuanto más fuerte te lo hacía más duro era tu orgasmo, más colorido, más desgarrador. Llorabas. Cuando te corrías, llorabas. Decías que era de felicidad. A quién querías engañar.
Te rompías y llorabas. Me gustaba pensar, no te voy a mentir, que era yo quien descomponía tu mundo para dejar pasar la oscuridad de la que renegabas siempre. Aun así, no soy gilipollas. Soy un CAPULLO, pero aún no soy gilipollas. Soy consciente de que yo era solo un artífice de tu quiebre voluntario. Un puente hacia ese otro lugar que no querías visitar a menudo. Eras una mentira, Cris-icono de serpiente. Y nosotros lo hemos sido. Al menos, la historia que yo tenía en la cabeza.
Porque hoy, con el mono, fumándome solo la pipa de la paz verde, he ido hacia arriba con el pulgar en nuestra conversación eterna, infinita, por fascículos. Y no hay que ser muy listo para darse cuenta de que era yo quien te buscaba, cada vez. Una tras otra. Cualquier comentario valía para abrir la veda, y tú entonces contestabas jovial, fingiendo que siempre estabas, mandabas vídeos con orejitas de animales, me enseñabas tu comida, en ocasiones de la boca, masticada. Aparece tu coño, varias veces, depilado y con vello, tus ojeras en pijama, tus miles de audios canturreando canciones y preguntándome el título, como si no te hubieras descargado aún el puto Shazam. Jodida enana, qué grande has sido. Y yo, qué CAPULLO. He llegado a pensar que me querías. Lo que es peor: que me necesitabas.
Y he acabado embarullado, no te lo niego, estoy siendo sincero por una vez, joder, no te quejarás, te prometo que no ha sido la marihuana solitaria, has sido tú la que me ha aturdido, con tu eco gigante que yo mismo he buscado, con el dedo travieso que subía y subía. He recorrido nuestra historia inventada a pedazos, en la que abundaban los globitos verdes de mi participación y escaseaban los blancos de la tuya, hasta llegar al principio. Aquel sencillo Holi con el que comenzamos, después de darnos los teléfonos en la barra de un bar demasiado pijo para cualquiera de los dos.
Ahí, Cris, me has partido. En dos. Al final, y en el medio, era yo quien te acechaba, a ti, tu rastro, quien proponía los planes y evocaba los recuerdos del último fin de semana juntos. Pero al principio, Cris, eras tú. Tú quien proponía y evocaba. Tú quien se abría en canal y moqueaba contándome cosas. Tú quien derribaba mis muros de protección, tú, tú y tú.
Ahora tengo un nudo en el cerebro que no se va, una madeja gigante, y no encuentro el extremo del hilo. Antes, cuando te lo decía, me ponías dos dedos en la frente y decías «¡ya lo tengo!». Y poco a poco desatabas, con gran esfuerzo. Después cogías la bola enorme, levantabas la persiana, desnuda, y lo arrojabas por el balcón. «¡Listo!». Y volvías, floreada en carne viva, a tumbarte junto a mí.
Te he follado tanto, de tantas formas, que me he tatuado tus huellas dactilares en sitios impensables. Me sé tus curvas de memoria. No quiero olvidarlas, pero necesito hacerlo. ¿Lo entiendes, verdad?
Sé que te da igual. Si meto o no meto cartitas en el buzón. Estarás llenándole la vida a otro, por ahí, con esa risilla de campanas que quiero retorcer hasta convertirla en un graznido de pollo a punto de morir. Tú haz lo que quieras, que yo ya me apaño. Esa es tu filosofía, mirar siempre hacia delante, nunca hacia los lados. No visitar la oscuridad más que unos segundos, cuando el clímax.
Espero que te corras con muchos tíos y que ninguno te toque el alma jamás. Eso te deseo, Cris. Icono de serpiente.