Bloodflood, Pt. II- Alt-J
Esta semana he firmado mi primer contrato editorial a través de una app. Me ha salido firma de monguer, con el dedo en la pantalla intentando trazar arcos firmes.
Y vengo a reescribir esto porque han pasado dos años desde el último ensayo, con sus meses y sus semanas y sus días y sus horas; muchas horas llenas de textos. Y ahora tengo cosas distintas que decir al respecto.
¿Por qué escribo?
Se me viene a la mente una frase de un sobrino: «mamá, ¿cómo se cumplen los sueños?».
Yo no habría sabido qué contestar. Ahora le diría que la receta es una pizca de talento que explotar y horas, muchas horas. Esfuerzo, compromiso y talante, parafraseando al rey emérito.
Lo cierto y verdad es que es mentira. Lo que la sociedad nos cuenta, las estructuras del sistema. Es una carrera de obstáculos y solo se internan los locos o los apasionados; que a fin de cuentas es lo mismo. Sí se puede ser feliz. Cada día. Casi cada hora. Sí se puede hacer lo que uno quiere hacer. Estoy convencida de que como niños venimos al mundo con un regalo que ofrecer, y si cada uno de nosotros se aliara con ese regalo viviríamos una realidad bien distinta. Más parecida a las fantasías, en cuanto que mejor.
Para conseguir ese regalo hace falta sacrificar. Muchas cosas. Para empezar, el concepto que uno tiene de sí y las expectativas forjadas por otros, o por una versión de nosotros que es más de otros. Que, de nuevo, a fin de cuentas es lo mismo.
Pero los sueños… sueños son. Parafraseando a Calderón. Dentro de poco parafrasearé a Camela y ahí se hará la magia. La magia es poder mencionar al rey emérito, a Calderón y a Camela en el mismo espacio. Los sueños materiales, las metas y los hitos se disipan pronto. He tenido la oportunidad de trabajar bastante en estos dos años y de aprender cantidad, más que en el conjunto de años previos, y me he dado cuenta de que el éxito relativo o el fracaso rotundo no significan tanto.
Yo escribo por el placer de teclear. O de fijar la tinta en el folio.
Cuando llevo las uñas largas me chocan y me hago daño. Tengo que escribir en diagonal y me sale peor la letra. Me dejo las uñas largas como garfios o garras cuando estoy más preocupada de defenderme que de ser humana, blandita. Es más estético llevarlas largas. Aun así, es muy incómodo. A veces me acuerdo de esto y me las corto. Entonces disfruto de la carne mullida. Y paso más rato tecleando, o fijando la tinta en el folio. Disfruto.
Compartir está bien. «Un share, que ni eso, ni eso cuesta trabajo al dedo». Ahora me parafraseo a mí misma. No he tirado por Camela, pero está bien poder citar autoquotes. Por eso escribo, también.
Sin embargo, no es pa tanto. Compartir está bien cuando es recíproco y se expande. No hace falta, ahora lo veo, dejar una semilla en el mundo. A mí lo que me interesa es plantar semillas concretas en mundos concretos.
Escribo para mí. Escribo para quien quiera leerme.
Escribo lo que necesita ser escrito. Creo los personajes que ya están vivos. Cuento su mensaje. No sé qué parte es mía y qué parte es de ellos. Trabajo para vaciarme y que ellos hablen. Ese es el pacto.
Lo que las historias me devuelven es… todo. La escritura me yergue, me conforma, me da una entidad. Me enseña continuamente. Cómo ser mejor o peor persona, cómo interactuar, qué grado de sinceridad es correcto, cuál es la apertura debida. Escribiendo aprendo a respirar. A pensar analíticamente y a adquirir técnicas y herramientas para olvidarlas justo después, al sentarme en el escritorio. Me saca lo de dentro, vuelca la papelera y yo me pongo al día con lo que acontezca. Me ayuda a celebrar esto; el proceso. La propia vida. La muerte. Dota de relevancia lo más nimio.
Siempre he preferido las pelis, los libros y las series, la música y el teatro, el baile y el sexo; porque ahí las cosas son más de verdad que en la cotidianeidad. En el día a día estamos muy circunscritos y no decimos casi nada que merezca la pena, ni hacemos lo que necesitamos. Hay una inercia que nos empuja y somos parte del flujo. Nos importa más la defensa y el ataque que eso; el compartir. Compartir, el share, no es pa tanto. Pero los nexos, las uniones, son cuanto tenemos en calidad de seres humanos.
Ofrecer, recibir. La escritura me enseña la reciprocidad. Me dice, túmbate aquí y confía, que yo te curo, te beso, te abrazo, te guío, te educo, te hago madurar. Te salvo.
Extrañamente, estas semanas he estado hablando delante de muchas personas de lo que hago y no me he sentido en absoluto agitada. Cuando era una profesional al uso me ponía de los nervios; me sentía juzgada.
Yo escribo como escribo y soy como soy; estoy en paz con eso. La escritura pone un espejo y lo muestra al exterior. Y cuando uno ve su cara sin ambigüedades, en fin. Se rinde. No hay más que luchar. No hay que articularse de otro modo. Si yo estoy a gusto con mis incoherencias, ¿por qué me va a molestar que alguien no lo esté?
Somos solo personas.
Esto son solo palabras.
Cuando pierdo la fe y me dejo absorber por la negrura de lo que la escritura me quita -dinero, tiempo, posibilidad de relaciones normales y de ser normal, convencional, al uso-; pienso que en lo que también me da -dinero, tiempo, posibilidad de relaciones especiales y de ser especial, rara, un puto caos ordenado-. Pero creo que tengo que responder a esta pregunta que da título al ensayo por entero y de una vez por todas.
¿Por qué escribo? Y no hago trap.
El mundo está lleno de trap. Trap trap trap trap trap. El trap está bien, es una anestesia. Anestesiarse también está bien, de cuando en cuando.
Por desgracia, yo tengo fe en la trascendencia. Esto me trae muchísimos problemas, pero sobre todo, me hace escalar.
Escribir me da raíces, tronco, ramas, hojas, frutos y flores.
Yo escribo porque así me convierto en un árbol.
Me gustó mucho tu publicación.
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sigue escalando hacia la trascendencia!
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