Vaya. No sé ni por dónde empezar a presentarme.
Supongo que contigo no hará falta.
Así que voy a comenzar por lo más importante: lo que significas.
Verás. Has estado ahí, agazapado, desde los tiempos de Disney. Has sido caballero y príncipe y también plebeyo, para qué negarlo. Ya lo sabrás cuando nos tuteemos: soy una peliculera. Por eso te he rastreado en cada par de labios, he investigado bajo muchos pares de vaqueros. Creí haberte encontrado en algunos ojos, con fuerza. Pensar que eras tú me hizo persistir, a veces más de la cuenta. Discúlpame. El eco de otras voces perdido junto al mío, entre el jadeo y los sudores, de un colchón cualquiera.
Te he buscado y he estado convencida de haberte encontrado. Me parece que ese es el mejor resumen.
Sin embargo, cada vez que se quebraba el hilo lo decía, entredientes, sonriendo en lágrimas: «no eres tú». Mientras recogía los pedazos y me recomponía otra vez. Te lo prometo. «No eres tú…».
Y así me despedía, contigo por bandera. Solo una sombra difuminada, sin asta siquiera. Pero tú eres tú. Nadie puede arrebatarte el título.
Yo no creo en amores para toda la vida. La propia vida me ha vuelto escéptica sobre el uso de ese tipo de palabras. Toda, nada. Siempre, nunca. Es un peso demasiado grande y nos roba el oxígeno y el espacio. No, no te cargaré ni me cargaré a mí misma.
Pero solía pensar, y si esto es contradictorio con lo anterior corrígeme, que te reconocería en cuanto salieras a la luz. De verdad, quiero decir. Sin convencerme de ello. Cuando los rasgos se te perfilaran, quizá en el alba de mis cristaleras. Yo opino que no lo es. Contradictorio, digo. Podremos ser tú y yo, los auténticos, los verdaderos, los protagonistas, aun en la eternidad del tiempo limitado.
Porque pretendo entregártelo todo. A ti sí. Todo, aquí, es una palabra que me vale. Te entregaré mis albas y mis cristaleras. También las oscuridades y las cortinas.
Pretendo ofrecerte unos días muy puros. Los construyo en la confianza de que, cuando llegues, estés orgulloso. De aquello que firmo. De los contratos, de las cartas. Como esta.
Me gusta pensar que serás tú porque te estremecerás con lo que sale de dentro de mí, y no lo verás hipérbole, sino justa medida. Y te reirás con el drama de las hipérboles, llegado el caso. Harás que suene la musiquilla.
Reconocerás mis muecas ocultas en las sonrisas de protocolo. Ese será el signo indefectible de que eres tú, y no otro impostor: descifrarás lo que nadie más ha sabido. Me descubrirás lunares e imperfecciones y volveré a conocerme bajo tu halo.
Entiéndeme, no quiero que me traduzcas. Precisamente se trata de eso, no me traducirás. Te resultaré tan consustancial a tu propio entendimiento que no habrá que desarrollar códigos para llegar a las profundidades. Mucho menos a la superficie. Con un vistazo servirá. Nos aparearemos como animales, reconociendo la feromona en las camisetas y lamiendo el sabor de la piel, con las gotas de sal.
Tengo ganas de saber cómo eres. Cuánto te miden las piernas, la forma de las aletas de tu nariz. Quiero saber qué hacías de pequeño y cómo te educaron tus padres. Memorizar cada detalle de tu cara y dedicarte los poemas más y menos cursis a la vez. Odio lo pasteloso, pero ya ves. Aquí estoy, escribiéndote antes incluso de haberte saludado nunca.
Solo quiero que sepas que, cuando aparezcas, te dedicaré estas letras. Son tuyas. Te las habrás merecido lo suficiente para entonces.
No sé cuál será nuestra banda sonora, ni en qué te convertirás si algún día te vas. El tamaño de tu sombra de vacío, no de incógnita, como ahora, y sobre qué se proyectará para alumbrar tu ausencia. Si serás pájaro o ladrillo o café fuerte. No sé nada de ti, solo tengo la certeza de que existes y que mientras tanto haces tu camino, igual que yo. Besarás labios y curiosearás en vaqueros a ver si hallas esto que te espera en los míos. En mis labios, en mis vaqueros.
Es osado, pero puedo despedirme con un te quiero.
Te quiero por todo lo que me has dado ya, siendo solo eso, una sombra difuminada. Gracias a ti jamás he perdido la esperanza por completo. Y cosecho un jardín precioso para regalarte flores cuando el ocaso. Reservo los mejores chupitos para ver contigo las luces. Y que luego me abraces en la cama, a lo cucharita, convertidos en morada de reposo.
Pues eso. Te quiero. Y te espero. El tiempo que haga falta.