En un apartamento de 25 m²de IKEA, me siento en una colcha con motivos étnicos y gama cromática navy/sailor
-unisex-
mientras suena la Valse d’Amélie en mi iPhone 6SPlus de segunda mano y una chica enseña a su madre pasos de clásico en su silencio
-que no el mío-
y pienso cómo será recostarme en mi porción legítima de mundo.
Qué haré cuando pueda
invitar
trasnochar
amar
odiar
temblar
todo en el mismo espacio; dejar que goteen los soles y las lunas entre bombillas de bajo consumo de mi zulo orientación norte,
para entender,
por fin,
que los espacios no son nada
y a la vez son todo:
el punto de partida y de llegada. El escenario.
Pero vacío de contenido por sí mismo, incapaz de llenar una existencia este cubre-colchón étnico navy/sailor,
que la vida está más bien en el baile improvisado de esa hija hacia su madre frente a un espejo de IKEA justo al lado de la salida de emergencia.