Esta tristeza es un hueco
un foso una isla un desagüe.
Vuelve tu cucharita cálida
a desearme buenos días
o regulares tardes.
Con aliento inodoro
matutino, el inodoro
todo tú inodoro
tu sudor mi líquido
entre tus dientes los míos.
Mastiqué cada pieza
de tu músculo en crudo.
Sabía cuándo tocarías el techo
antes que tú mismo.
Yo quería darte
un millón de hijos
que corriesen por las sendas
de ningún abismo
y que cuando se cayeran
pidiesen primero
Mercromina y luego
vino tinto compartido.
Lo cierto es que sin ti
brindo las copas de los árboles,
cobijada aún a la sombra
de tu tronco macizo.
Dueles callado como tierra
infectada bajo costra
y la uva nunca sacia,
nunca sacia ni el racimo.
Cimenté sobre ternuras
para erguirme en aforismos.
Aplasté cuanto dejamos
para inspirar e inspirarme.
Y vuelves a deshoras en las siestas
donde no hay consuelo.
Ni consuelo ni contecho:
nuestra casa, una explanada.
Nunca giras el cuello, tú.
Jamás lo giras, tú.
Mi foso mi isla mi desagüe
mi hueco.